En hemodiálisis trabajando y viajando activamente

“Nunca pensé en dejar de trabajar, compagino bien la hemodiálisis con mi vida laboral”

Sus lunes, miércoles y viernes empiezan a las cinco de la mañana porque, como dice Francisco Huertas (35 años, Murcia), se trata de estrujar el tiempo al máximo para llevar una vida lo mejor posible. Su agenda no para: citas con los clientes, preparación de informes, viajes los fines de semana, salidas a la montaña… y diálisis de cuatro a ocho los lunes, miércoles y viernes. “Con organización, todo es posible”.

Un diagnóstico tardío

Su enfermedad renal ha sido tan torbellino como su día a día. Hace poco más de 4 años, sin haber tenido ningún signo de enfermedad, un día se levantó sin ver por el ojo izquierdo. Tras muchas pruebas vieron que tenía nefropatía IgA --también conocida como enfermedad de Berger-- que consiste en la acumulación de un anticuerpo llamado inmunoglobulina A en los riñones que termina dañándolos.

Sin una cura posible, un tratamiento conservador puede frenar su avance mediante el control de la tensión arterial y de los niveles de colesterol. Sin embargo, Francisco no recurrió a él cuando todavía era posible poner freno al daño renal. “Me suponía sano, nunca iba al médico y cuando me diagnosticaron esta enfermedad, ya era muy tarde: la enfermedad renal ya estaba en estadio 4, me quedaba un 30% de la función renal”.

Un trasplante aplazado por la pandemia

Tenía 32 años y, como reconoce Francisco, “no contaba con eso”. En el hospital, durante los 40 días que estuvo ingresado la primera vez, pensó que había estado viviendo en una burbuja: “yo creía que me iba a morir de viejecito y ahí estaba, sin saber qué podía esperar”.

Después de muchas pruebas y entrevistas con psicólogos y médicos y de leer mucho sobre la enfermedad renal crónica, asumió su situación y entendió que el tratamiento conservador iba a ser insuficiente y que, en poco tiempo, tendría que empezar con diálisis.

Como punto de inflexión, su hermano le dijo que quería donarle su riñón. “Empezamos en 2019 con todas las pruebas, pero luego llegó la pandemia y se traspapelaron algunos resultados. Los médicos me recomendaron empezar con la diálisis y dejar para después el trasplante”.

Así que un día le prepararon para colocarle el catéter en el peritoneo. Pero de nuevo otro cambio de guion: “me hicieron una analítica y vieron que había empeorado tanto que no podíamos esperar el tiempo que requiere la preparación del peritoneo para la diálisis peritoneal ya que había que empezar a dializar ya. Así que comencé con la hemodiálisis”.

Sin renunciar a los viajes

Lejos de tirar la toalla o venirse abajo, Francisco se informó de todos los detalles de su tratamiento y de ver cómo podía compaginarlo con su vida. “Nunca pensé en dejar de trabajar, sino que pensé lo horrible que debía de ser dejar de trabajar”. Tres sesiones de diálisis y una semana de baja fue suficiente para pedir el alta y seguir con su trabajo como perito industrial.

En mi trabajo, me puedo organizar la jornada como yo quiera, así que los lunes, miércoles y viernes madrugo, para salir de casa a las 7 de la mañana en dirección a Alicante donde tengo la mayoría de mis clientes (vive en Murcia) y, a media mañana, ya estoy en la oficina preparando los informes. A las cuatro, me voy al centro de diálisis. Trato de comer bien y no ir con mucho líquido y la verdad es que, por lo general, llevo muy bien la hemodiálisis y la compagino bien con mi vida laboral y social”, explica. Así ha sido durante los ocho meses que lleva con este tratamiento que ha modificado poco su vida.  

Porque si el día a día de Francisco es intenso, no lo son menos sus fines de semana. “Trato de concentrar todas mis obligaciones (laborales y médicas) entre semana y el fin de semana me gusta quedar con mis amigos o viajar”.

La hemodiálisis no le ha hecho renunciar a esos viajes, aunque en estos últimos meses ha preferido realizar la mayoría de sus viajes dentro España: Granada, Santander, Madrid, Bilbao… Y también una escapada rápida a Berlín. Y todo esto en ocho meses, claro que a él se le puede quedar corto ya que durante años ha viajado por todo el mundo: Nueva York, París, Hungría, República Checa, Estambul, Cuba… “Tengo pendiente un viaje a Egipto y otro a Rusia, aunque ahora con la guerra no es el momento. Viajar me divierte”.

Ciclismo de montaña, una de sus actividades

En esa diversión también entra el deporte, desde el ciclismo de montaña, al pádel o el fútbol, “aunque este último lo practico ahora un poco menos, porque mis amigos son un poco bestias y trato de cuidarme y de no recibir golpes, además debo tener cuidado con el catéter venoso que llevo para la hemodiálisis”.

Parece que el día de Francisco tiene alguna hora de más que el del resto de las personas. Porque si no fuera poco con todo lo mencionado, en estos últimos meses, ha terminado sus estudios en prótesis dental, “es algo que hago por divertimento”. Y está pensando en matricularse en odontología, aunque “todavía no lo he decidido”.

Además de toda la planificación habitual, en su agenda tiene marcada una importante cita en octubre: “si todo sale bien, mi hermano me donará su riñón”. Y lo cuenta con toda la prudencia que ha aprendido a tener en estos últimos años. “Los médicos te conciencian mucho y te explican que, si en cualquier momento, ven algún riesgo para alguno de los dos, el trasplante no se realizará. Es lógico, hay que minimizar los riesgos. Además, una vez trasplantado, el riesgo de rechazo siempre está ahí. Hay que tomarse las cosas con cautela”.

Mientras que llega ese momento, comparte su tiempo con Piña, una gata persa que, a pesar de las temperaturas de Murcia, huye del aire acondicionado y busca los rayos de sol, incluso en verano. “Es un poco rara, pero me llevo muy bien con ella”.