Rosa tiene muchos anticuerpos como consecuencia de las muchas transfusiones que recibió durante los tres meses que estuvo en la UCI a sus 42 años. Esa presencia de anticuerpos reduce sus posibilidades de encontrar un donante compatible con ella. Sin embargo, ella cuenta con una oportunidad extra: “una gran amiga me ha dicho que quiere ser mi donante. No sé si será posible, ya que están ahora haciéndole las pruebas, pero, ese acto de amor es ya para mí tan importante como si su riñón valiera”.
Rosa vive en Alcañiz, una localidad turolense de 18.000 habitantes, en una casa grande de la que se ocupa. “También cocino, porque me encanta la cocina. Aunque, los días que vuelvo de diálisis, no estoy para hacer nada, solo hago lo básico”, señala.
Su tratamiento de diálisis es de tres horas, dos días por semana. Dos días, se queja, que “están perdidos” porque se encuentra agotada cuando sale de la clínica. “A veces me duele la cabeza y, por lo general, me siento como si hubiera subido al Everest. Mi cuerpo reacciona así, no le pasa a todo el mundo, hay personas que llevan mejor la diálisis, pero, en mi caso, el día que voy a diálisis no soy persona”.
Sabe que esta terapia es la que le permite seguir con vida, pero a ella le resulta muy dura y la califica como un “tratamiento de mucha soledad”. Sin embargo, reconoce que el resto del tiempo –más allá de esos dos días-- se encuentra bastante bien. “Además, tengo apoyo de muchas personas de mi entorno, de mi familia… Pero quien está en diálisis soy yo y quien sigue una dieta muy rigurosa, para no llevar peso extra, soy yo”.
Cuando una persona está en diálisis, el tratamiento elimina las toxinas que el cuerpo acumula y también el exceso de líquido. “Todo lo que comemos tiene líquido. Por eso, no bebo agua, sólo para tomarme las pastillas. Paso sed, pero no quiero llevar peso extra porque si no, mi diálisis será más dura, me puede bajar la tensión arterial o darme calambres”.
A pesar del cuidado que pone en su día a día y de ser una persona que no tiene ninguna otra enfermedad, porque siempre se ha cuidado mucho, sabe que “encontrar un riñón compatible para trasplante es un proceso muy difícil, pero es que en Medicina todo es impredecible. Los médicos no son dioses. Soy una persona realista, lo me pasa no es un castigo divino ni mala suerte, sino que va unido a las numerosas cosas que le pueden ocurrir a un ser humano. Somos, en definitiva, material desechable”.
A la dureza que conlleva la enfermedad renal crónica, se suma el desconocimiento que hay en torno a esta enfermedad, sobre la diálisis e, incluso, sobre la nefrología. “Se sabe mucho más del cáncer que de la enfermedad renal, nadie conoce la diálisis ni lo que conlleva y pocos médicos saben sobre lo relacionado con mi problema renal. Cuando voy a una consulta para cualquier otro tema, los médicos me tienen pánico. Siempre me dicen que le pregunte al nefrólogo”, reflexiona.